miércoles, 12 de octubre de 2016

Un 12 de octubre pero de 1916 Argentina lloro la perdida de Gabino "El Chacho Ezeiza"



Un hecho seguramente poco conocido, el fallecimiento del payador Gabino Ezeiza, en 1916. Hijo de un ex africano esclavizado, nació el 3 de febrero de 1858 en el barrio porteño de San Telmo, llamado “Del tambor” por la gran población afrodescendiente presente en el pasado. Falleció un 12 de octubre de 1916 en la misma ciudad que lo vio nacer, el día de la asunción de su ídolo político, el presidente radical Hipólito Yrigoyen, quien derramó lágrimas por la muerte de un artista muy querido por él.

¿Quien fue Gabino Ezeiza?

Padre de nueve hijos y esposo de una bisnieta del caudillo federal Ángel Vicente Peñaloza, “El Chacho”, Ezeiza fue afrodescendiente como los payadores más famosos, Luís García Morel e Higinio Cazón. La payada es afroargentina y se considera una expresión artística popular que en buena parte deriva de lo africano, basada en el canto de contrapunto. Gabino se convirtió en el más célebre payador del Río de la Plata, un artista popular, además de prolífico poeta, y cantor desde sus quince años, volcándose de lleno a lo musical y abandonando la escritura. El talento con su guitarra y la improvisación payadoresca lo llevaron a la popularidad.




No solo Yrigoyen sino también el escritor José Hernández, autor de la icónica obra argentina Martín Fierro, y el político radical Leandro N. Alem se convirtieron en seguidores de las rondas payadorescas del apodado “Negro Ezeiza”. Asimismo, hombre culto y autor de más de 500 entre composiciones, obras teatrales y una novela, el payador asistió a la primera presentación teatral de la obra más conocida de Hernández. Resta agregar, en ésta hay una célebre payada entre el protagonista y un moreno

En un país bastante reacio a admitir su negritud

(aunque los afrodescendientes serían 2 millones según estimaciones serias y casi 150.000 según el último Censo Nacional), en una época en que se los consideraba desaparecidos o a punto de eso, no obstante, Ezeiza fue un ejemplo de éxito y sujeto de admiración para un grupo selecto compuesto por blancos, así como colegas y demás seguidores. Los duelos payadorescos de quien nunca resultó derrotado deleitaron a cientos de personas, el público afluía desde pueblos vecinos a la convocatoria, colmaba teatros y otros espacios, y luego muchos ensayaban las canciones que oyeron tocar a Ezeiza. Los duelos más famosos y que lo hicieron popular fueron principalmente dos: uno, el más descollante, en el que venció al uruguayo Arturo Navas en el Teatro Artigas de Montevideo, en 1888, de la mano de su celebrado “Saludo a Paysandú”, y un segundo, de tres noches consecutivas de duración, en el Teatro Florida, disputado con Pablo Vázquez en 1891, en la localidad bonaerense de San Nicolás (y a quien volvió a derrotar tres años más tarde en su Pergamino natal). La época de mayor éxito del artista fue entre 1890 y 1915 mientras que en los primeros quince años del siglo pasado realizó numerosas grabaciones gramofónicas, de difícil acceso. Como otros artistas de origen humilde y por su fenotipo, Ezeiza debió superar varios obstáculos y ataques racistas para alcanzar el éxito. Tal ha sido el peso del reto que sostuvo con Navas que el 23 de julio, desde 1992, en la Argentina se celebra el “Día del Payador”.


Una representación del duelo entre Gabino Ezeiza y Pablo Vázquez.


Dedicado a su publico hasta el ùltimo momento


Ezeiza murió a los 58 años aquejado por la enfermedad. El mismo 12 de octubre, con neumonía acompañada de una fiebre altísima, y en contra de todo consejo, cantó ante un teatro rebasado de audiencia que lo aclamó en lo que se cuenta, fue la inauguración presidencial. Tuvieron que ayudarlo a ponerse de pie al terminar el show, de horas de duración. De allí, totalmente vencido por la enfermedad, fue trasladado a su hogar en Flores, donde falleció por la tarde. A su entierro, en el cementerio de dicho barrio, asistió un delegado del entonces asumido presidente de la República. Se supo que Yrigoyen al conocer la triste noticia dijo: “Pobre negro Gabino, él sí que fue leal”.


Por más que no se le reconozca, Ezeiza fue un poeta culto. En su quehacer trató la idea de patria como una entidad popular, incluyendo las grandes batallas patrias, además de temáticas diversas entre las penas, las nostalgias, la amistad y el amor. En su obra se perfila un discurso de resistencia anticapitalista en tanto el payador recurriera a la tradición oral para encarnar la idea de pueblo y, con eso, la argentinidad. Entre 1876 y 1878 el payador colaboró en el periódico La Juventud en donde desplegó sus dotes como poeta. En uno de los tantos poemas publicados allí, “Meditación” (20 de diciembre de 1877) desarrolla la insatisfacción del autor con la sociedad de entonces:




“Al suicidio fatal luego
Se presenta á nuestros ojos
Y en la tumba sus despojos
Cremos hallar calma y paz
Y es abismo que sondeamos
Tan solamente al travez
Que cuando esos pasos damos
Se habre bajo nuestros piés.”.



Los volúmenes de poemas de Ezeiza son varios. Canciones del payador Gabino Ezeiza (1885) reúne doce. Uno se intitula “Recuerdos” y trata de la habilidad del poeta para avanzar en un medio que le es indiferente. En una estrofa el compositor se lamentó en estos términos:


“Si no tengo pulimento
Nunca he de hacer buenos versos,
Seré chuza sin sereno
O sin aceite un candil.”.



En otra compilación, de 1892, el poema “A mi guitarra” permite ver la forma en que Ezeiza estuvo ligado con la tradición oral africana, en Argentina reemplazando el tambor por la guitarra:


“Si de algún trueno lejano
El vago rumor sentía,
Tus cuerdas lo repetían
No dando a duda lugar
Y cuando en noches de insomnio
Yo no conciliaba con el sueño
Te tomaba con empeño
Para ponerme a cantar.”.



Con una aguda mirada social, el tema “Mi caudal” (que consta en una compilación de 1895) es crítico de la pobreza y de la situación de la persona indigente. El mismo es de algún modo autorreferencial, puesto que Ezeiza llevó una existencia en cierta forma cómoda aunque murió pobre.


“Tengo en el cajón los restos
de una posta de pescado
que la compré en el mercado
anoche para cenar.
Mi pobre guitarra ostenta
una cuerda y dos clavijas,
que pienso en alguna rifa
cinco centavos sacar.”.



De 1897 es el poemario que, entre otras poesías, recopila “La vida del payador”. Identificando un origen humilde y muchas dificultades, como la orfandad y la soledad, temas recurrentes de la poesía payadoresca, su autor describe la vida errante del oficio. Una estrofa dice:


“Porque voy, cual nuevo Homero,
Mendigo y peregrinando
En todas partes cantando
Donde un asilo me dan.
Y es así que en todas ellas
Digo yo que siento pena;
Voy sujeto a una cadena,
Porque estéril es mi afán.”.



En muchas ocasiones se le criticó a Ezeiza haber perdido su identidad afro en consonancia con el mito de la invisibilidad en el país, pero en el poema “Yo soy” demuestra lo contrario:


“Soy de la raza de Falucho
que sin herencia se queda
engranaje de una rueda
que arrastró un carro triunfal;
viejo escudo que ha salvado
la vida a quien lo llevaba
y con desdén lo arrojaba
cuando le llegó a estorbar”.



El “negro Falucho” es el apodo de Antonio Ruiz, un guerrero de la independencia argentina, producto de un relato histórico del que se discute su verdadera autenticidad. Lo que no hay duda, el poema menciona la forma en el que el afrodescendiente fue utilizado como carne de cañón en las campañas libertarias contra el yugo realista durante dos décadas del siglo XIX en Hispanoamérica, para luego ser olvidado. Es el papel más acostumbrado que ocupa en las representaciones tejidas a diario sobre afrodescendientes en la Argentina.

Años más tarde del deceso del “Negro Ezeiza”, en 1933, el letrista Héctor Blomberg le rindió homenaje y compuso “El adiós de Gabino Ezeiza” que, con la música de Enrique Maciel y la voz de Ignacio Corsini (para muchos, rival del mítico Carlos Gardel), trabajó la idea (falsa, pero asumida en la época sin cuestionamientos) de la desaparición de los afrodescendientes en un país que se asume como el más blanco y europeo de la región.


“Buenos Aires de mi amor,
¡oh, ciudad donde he nacido!
No me arrojes al olvido
yo, que he sido tu cantor.
De mi guitarra el rumor
recogió en sus melodías,
recogió en sus melodías,
el recuerdo de otros días
que jamás han de volver,
los viejos cantos de ayer
que fueron las glorias mías.
Esperanzas que ya no hay,
coplas y cielos ardientes,
la diana de los valientes
volviendo del Paraguay.
Cantos de patria, pero ¡ay!,
que en la guitarra argentina,
que en la guitarra argentina
melancólica se inclina
para decirles adiós,
mientras se apaga la voz
de las milongas de Alsina.
Por eso vengo a cantar
mi trova de despedida,
que hoy la tarde de la vida
mi alma ya empieza a nublar.
Nadie volverá a escuchar
de mi guitarra el rumor,
de mi guitarra el rumor,
cantos de gloria y de amor
de la ciudad en que he nacido,
no me arrojes al olvido
yo que he sido tu cantor.”.



El mito se repite una y otra vez. Pero cuando el hombre de ancestro africano se suponía desaparecido, descolló la guitarra y la voz del, denominado por sus contemporáneos, “decano de los payadores”. No fue el único, sus aportes hoy son legados.



Fuente bibliografía para ampliar:
– de Estrada, Marcos (1979), Argentinos de origen africano, Buenos Aires: Eudeba.
– Lewis, M. A. (2010), El discurso afroargentino. Otra dimensión de la diáspora negra, Córdoba: Editorial de la Universidad Nacional de Córdoba, Cap. 3.
– Picotti, D. (1998), Presencia africana en la Argentina, Buenos Aires: Ediciones del Sol.
– Reid Andrews, G. (1989), Los afroargentinos de Buenos Aires, Buenos Aires: Ediciones de la Flor.










Fuente: ACSUN, Lic.Javier Dìaz,wiriko.

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