Nota: en la foto de portada, mujeres afromexicanas. Autor: Nssoaxaca, Lic. Javier Dìaz.
Ya no son esclavos ni sufren azotes, pero aún tienen pocas oportunidades de desarrollo.
"Me siento orgullosa y no reniego de mi raza", dice una habitante de la localidad de Valerio Trujano.
Los más de 200 afrodescendientes que viven en la región de la Cañada –ubicada a 120 kilómetros de la ciudad de Oaxaca– pertenecen a una clase pobre, con pocas oportunidades de desarrollo y, paradójicamente, son discriminados por sus vecinos indígenas y por policías federales o militares.
Testimonio de una mujer descendiente directa de los africanos esclavizados que llegaron a Mèxico.
Petra Aguirre Urrutia, de 72 años, dice que ya no son esclavos, ya no están amarrados con grilletes, ni son azotados, "pero seguimos jodidos y discriminados". Ella es descendiente de aquellos esclavos traídos de África para trabajar en el trapiche de azúcar San Nicolás, establecido por los acaudalados españoles de apellido Güendulaín en el año de 1861 dentro de su hacienda.
“Nuestros abuelos se quedaron en estas tierras, pero no ha cambiado mucho. Ahora somos campesinos, pero seguimos en la pobreza, no hay mucho para comer y vivir. Por acá o cuando vamos a Cuicatlán (municipio cercano) todavía nos discriminan por el color, nos dicen ‘ahí va esa negra’ y no sé qué más, pero el indígena está igual de jodido”, asienta.
Cuando tenía 14 años se despidió de su madre, doña Tranquila Urrutia Roque, un día de 1954 y se marchó a la ciudad de México a buscar trabajo ante la pobreza en el pueblo. Me fui, me tuve que ir; salí a sufrir, para poder hacer algo como todos los mexicanos, aunque seamos de diferente color. Uno necesita salir y arañar porque nadie nos va a hacer caso. El indígena también necesita salir a sufrir para valorar a la persona, refiere.
Relatos de discriminación en el ámbito laboral.
En el Distrito Federal, recuerda, se empleó en fábricas y fue ahí donde vivió la discriminación más áspera y cruel, porque sus compañeros de trabajo no creían que en Oaxaca y en México hubiera negros. “Me preguntaban ‘¿de dónde eres? ¿a poco hay negros en México? ¿visten con taparrabos?’ Les tenía que responder que era de Oaxaca, que había negros, chinos, indígenas, mestizos y de todo.
“Incluso, una mujer blanca que fue mi jefa me quería correr del trabajo. Una vez preguntó: ‘¿Por qué metieron a trabajar a esta pinche negra aquí?’ y le contesté ‘mire jefa, si el papá que la hizo a usted güera me hubiera hecho a mi también, entonces fuera como usted’. Así me dejó de molestar y me gané el respeto de ella y de mis compañeras”.
Esta afirmación no te parece frecuente en nuestros países cuando nos confunden con ciudadanos de otros nacionalidades, cuando caminas por las calles en donde naciste.
Sin embargo, la discriminación aún la persigue, porque en algunas ocasiones ha sido confundida con una migrante centroamericana por policías federales o militares en los retenes y sujeta a tratos humillantes y revisiones exhaustivas, por el color de piel.
“Iba a la ciudad de México en un autobús. Mi compañero de viaje era como yo: negro, pero de Panamá. Al llegar a un retén, los soldados nos bajaron a los dos. A él lo revisaron y le preguntaron varias cosas, y ya no lo dejaron subir al autobús. Entonces, siguieron conmigo y me preguntaron de dónde era; les dije ‘soy de Valerio Trujano, allá también hay negros’; supongo que alguien sabía de eso y me dejaron seguir. Pero lamentablemente se fijan por el color”, anota.
Lo que sí distingue a todos los afrodescendientes de esta municipalidad es su orgullo de ser negros, de cabello enroscado y nariz chata. “Me siento orgullosa y no reniego de mi raza. Cuando salgo del pueblo, a veces dicen ‘mira, ahí va una negra’, pero no importa, sé que a mis antepasados los trajeron aquí como esclavos, a fregarse en la hacienda, porque eran más fuertes”, subraya otra afrodescendiente, Elvira Hernández Urrutia, de 50 años.
En Valerio Trujano no sólo conviven indígenas, sino también mestizos, negros y hasta descendientes de los chinos, traídos también como esclavos a la hacienda para sembrar arroz. Todos se integraron en el pasado como comunidad y así se puede ver a un afrodescendiente subido en un burro en su camino al campo, donde siembra maíz, frijol, papaya y chile o a un niño descendiente de chino jugando con un indígena.
Fuente: ACSUN, Lic. Javier Dìaz, Nssoaxaca.